viernes, 9 de septiembre de 2011

Mi nacimiento

Del momento en que yo nací, según cuentan los que aún se acuerdan, que fue una tarde allá por marzo como no habían visto otra igual. De la manera que llovía, cualquiera podría confundir el día con la noche. Y a refugio del viento frío que entraba desde el mar, nadie se enteró con tiempo suficiente para poder asistir en aquel momento a mi madre.
Lo cierto es que ni siquiera me correspondía abrirme paso en este mundo en aquel momento. Llegué porque necesitaba estar a su lado entonces. No dentro. Tampoco muerta había de servirle de nada...y de tanto llanto que llevaba mi madre, a punto estaba de quedar su vientre seco.
Soy Purificación, la última en llegar después de los cuatro niños que tuvo la Pura. Y ya antes también a su madre la llamaban Pura...
Sentada yo a su calor, me prevenía mi madre, que no me dejara besar jamás por labios de un marinero. Según me contó miles de veces,  que una vez conociera el regusto de la sal en la boca de un hombre del mar, ya no lo podría olvidar. “No encontrarás sabor mejor que te llegue a saciar. Envolverá en el calor de sus besos la brisa que trae de días lejanos. Será entonces que, sin buscarlo, encontrarás en el fondo de sus ojos lo mismo que ellos vieron: mares fríos y sobre todo, oscuros...En ese momento estarás perdida. Igual eres tan ignorante de intentar conformarte con otra cosa. Pero sustituirlo, mi vida, no podrás...”
Marea tras marea volvía mi padre para revivir el sabor a sal en la boca de su Pura. Mientras que a ella, sin dar apenas tiempo para agotar su paciencia, de manera inexplicable, sus entrañas le anunciaban aquel regreso. Entonces con su paseo, anunciaba a todos que a su barco pronto se le vería llegar. Cada vez detrás de la otra. Mi madre florecía. Entonces ceñía al pecho la toquilla de fino terciopelo granate, y coqueta, adornaba sus orejas con los pendientes de coral. No le llegaba el momento para bajar a esperarlo al puerto. Una vez detrás de otra...Hasta la maldita vez en la que no hubo la vez que la quisiera suceder.
A mi madre, la Pura, embarazada entonces de ocho meses, la despertó un dolor intenso esta vez, en lo profundo del corazón, y así fue como supo que él ya no iba a regresar.  
Es mi patrimonio familiar y lo guardo como un tesoro: la mantilla de terciopelo granate y sus pendientes de coral. Además, parte de sus entrañas, que me dicen, como a ella, incluso lo que no quiero escuchar. 
Para mi honra, llevo su nombre, Pura y como un regalo, desde que llegué a sus brazos, el sobrenombre de Vida...Desde entonces, sin ella pretenderlo, dándomelo a mí, yo correspondí, como ella, sin quererlo,  dando nombre a mi familia.
Y así es que, orgullosa, me presento. Soy La Pura Vida, hija de La Pura Vida...
Berbés Foto Ruth M. Anderson

1 comentario:

  1. "...NECESITO del mar porque me enseña:
    no sé si aprendo música o conciencia:
    no sé si es ola sola o ser profundo
    o sólo ronca voz o deslumbrante
    suposición de peces y navios.
    El hecho es que hasta cuando estoy dormido
    de algún modo magnético circulo
    en la universidad del oleaje..."

    (Neruda, P.)

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