domingo, 13 de noviembre de 2011

La Paletilla...

Hay quien no entiende las cosas de los muertos. Pero son bien fáciles de entender. Mira lo de mi padre. Nadie marcha dejando las cosas a medio hacer...al menos siendo persona, como él era.
Cuando la trainera de mi padre no volvió, todas aquellas mujeres sabían que no era propio de él dejarnos así, sin más, sin mandar ni siquiera un recado. No es que se lo fueran a decir a ella. Bastante pena se le veía a mi madre, como para darle más en qué pensar. Pero lo cierto es que se esperaba. Y esas cosas que ocurren con los muertos, no hace falta que se cuenten para que se acaben por saber.
De hecho, se esperaba aún más de Pura a Vella, que para esas cosas siempre había sido un poco distinta. Y no era la primera vez, sin necesidad de que se le preguntara, que sabía ella con solo mirar así, de corrido, el mal que tenía la gente. Claro, que no lo decía si no se le preguntaba, que hay cosas no se hacen. 
Lo malo fue que también ella lo esperaba. Y a fuerza de llamarlo y de que él no contestara, debió de ser que acabo mala. Y es que los muertos no vienen por mucho que uno quiera. Nos visitan cuando es hora y creen ellos que tienen algo que decir.
Pensaba mi pobre madre, que para que le había de servir haber visto tantas veces como arreglar a la gente. Porque cuando a ella le dio el mal, si no se lo llegan a decir, así a la cara, poco tardábamos en ir detrás mi padre, ella y yo. Empezó que si un día le dolía el brazo, que al otro día era el dolor en el otro codo...así hasta que le llegó a doler tanto el cuerpo, que en menos de un mes, ya no podía levantarse de la cama. Dice que se le ponía una cosa así en el pecho, que le dolía el respirar...que tenía que hacerlo a los poquitos.
Tuvo que venir por casa la Benita, la mujer del Xaquín, cansada de ver a mis hermanos, vagando sin tino, en la calle, igual que perrillos sin amo. Mal comidos y sin lavar, un día detrás de otro, así muchos días. Que se le ponía una cosa a ella en la tripa, que si no venía, reventaba. Ya quedarían sin hablarse nunca más, pero sería después.
Yo no digo que fuera la Benita, que también en eso se parecía mucho a mi madre, pero el cuento que yo se, es que desde que ella empezó a venir, con su oracioncita que sacaba del pecho, sentada cada noche en la cabecera de la cama...fue cuando empezó mi madre a revivir...Eso es lo que nosotros vivimos. 
Que lo de la misa aún fue después.
Y la cosa es que recuperó, entre calditos y oraciones, los cuidados de la Benita y las risas sabrosas de sus niños...
Para cuando entró en la casa aquella sombra larga y negra, que era la figura de Don Serafín, para ayudar a mi madre, ya mi madre no precisaba de ayuda. Aunque para conseguir que su asedio cesara, concedió mi madre que se pagaran unas misas por el alma de mi padre. Que ya se vería ella de donde sacar los cuartos. La cosa era que aquella presencia, no entrara más en la casa. Al traspasar él la puerta, quedaba dentro el aire frío y la humedad que traía en su sotana, dejando a todos paralizados por el miedo que inspiraba.
Y fue volviendo de una misa, que mi madre al subir la cuesta hacia la casa, se paró en seco. Estaba a la puerta de casa. Con la ropa del domingo, y el cigarrillo en la boca. Fue por el olor del tabaco, que ella le alcanzó a ver antes de que le llegara la vista. Apretó con tanta fuerza la mano de Manoel, que llegó a hacerle daño. 
Pero no pudo hablarle nada, porque al poco de estar a su lado, no quedaba de él más que la tibieza que su cuerpo un día había tenido, y ese resto amargo del tabaco, que quedaba siempre detrás de él, cuando abandonaba una estancia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario